lunes, 12 de julio de 2010

Intenciones de Josefina


"Yo resido tanto con los muertos como con aquellos que no han nacido", escribió Paul Klee en su Diario, declaración que nos puede resultar un tanto enigmática. Las siguientes anotaciones pueden ser útiles para aclararla : "Lo actual merece nuestra amabilidad ; el hecho presente no debe ser privado de sus derechos", dice en otra parte. Y sin embargo : "Hay que medirlo todo según los procesos de la naturaleza y de su ley. Eso defiende contra el envejecimiento. Pues todo pasa y, en nuestros días, pasa rápido. No definamos el hecho presente como tal, definamos en el pasado y en el futuro ; precisemos ampliamente, en una perspectiva multilateral. Definir aisladamente el presente es matarlo." Y es que el arte, precisamente, es lo que resiste al presente, a lo que hay, a lo que vive hoy y que ambiciona ser todo y lo único, que se arroga la totalidad del derecho. Resistir a lo actual en el presente, en nombre de lo que ya no es y de lo que vendrá, en nombre del conjunto de lo olvidado y de lo que todavía no es posible imaginar, tal sería la tarea del arte según Klee.

Pero tal vez esta tarea asignada al arte por un artista que no nos precede demasiado en el tiempo nos resulte incluso demasiado lejana. Pocas cosas parecen hoy más seguras que el hecho de que el arte se encuentra en una relación de extrema minoría con respecto a la vida. Preferimos cualquier manifestación, aun la más simple, de lo que vive hoy – cualquier intensidad por muy ligera que sea que corresponda a las modas que hoy están en curso –, a eso que la escuela nos enseñó a poner a una distancia insalvable bajo el nombre de las grandes obras del pasado, siempre moribundas, que dejamos al cuidado paliativo de los especialistas, cuyo trabajo monumental de parloteo posee además la dudosa virtud de borrar cualquier deseo de acceder a ellas por nosotros mismos. En cuanto a lo que podría venir y alterar lo que ya hay, nuestras preocupaciones cotidianas apenas nos dejan vislumbrar que mañana quizá sea aún peor que hoy, que el tiempo pasará, pero nada pasará en él. Y entonces vamos directamente a la vida, a lo que vive hoy, a la expresión vital inmediata, y a eso nos agarramos, por muy arbitrario que sea : la realidad, "las cosas como son". Pero el problema, como dice Klee, es que aislar el presente es matarlo, es quitarle todo lo que le podría permitir respirar de un modo más profundo, moverse con mayor soltura en el tiempo y en el espacio, disponer un poco más de sí mismo.

La obra de Kafka, sorprendentemente, nos habla de esta situación con una precisión asombrosa. Pues los artistas a los que no admiramos y a los que no nos adherimos pero sí toleramos, con esa amabilidad mitad irónica, desconfiada por tanto, y mitad real que reclama lo actual, esos artistas profesionales un poco vergonzosos que son los únicos que tienen un lugar asegurado en nuestra sociedad, que practican ese arte que hace tiempo dejó de saberse si era popular o comercial pero que desde luego sólo recibe su valor de lo que recibe de la migaja de lo actual ; esos actores, cantantes, escritores y demás, son en cierto modo el artista del hambre o el artista del trapecio que conocemos en los relatos de Kafka.

El caso de la cantante Josefina es diferente dentro del elenco de artistas kafkianos. Su lugar en la sociedad es incesantemente polémico, no es más que la trayectoria de un devenir que es producto de su lucha, de una lucha constante por sus derechos como artista, por los derechos del arte frente a aquellos que creen que la vida tal como es hoy se basta a sí misma. El arte de Josefina es un arte menor, no un arte menor frente a un arte que sería mayor, el gran arte, sino un arte menor en relación con la vida. El gran arte no deja de olvidarse, de perderse en las leyendas. Pero incluso un arte menor tiene que luchar infatigablemente en la sociedad por su derecho a la existencia. Como si la literatura fuese un poco menos que la expresión vital, que la palabra corriente, la palabra hablada : lo mismo, pero un poco menos ; lo más común, un tono por debajo. Un poco más débil, un poco más aparatosa, algo más enrarecida. Pero con un poder específico : el poder de callarse, la capacidad de no hablar. Tal vez de ahí, de este impoder, podamos partir.

¿ Puede la literatura salvarnos ? No hay hoy pregunta más anacrónica. Y si bien podemos leer en el cuento de Kafka el análisis del canto o la literatura como algo perpetuamente polémico, esto tampoco nos proporciona directamente otra pregunta, una pregunta que sea nuestra, ni la tribuna desde la que formularla. Para comenzar, un paso hacia atrás : desplazarnos al punto donde la polémica es abandonada, donde Josefina nos abandona también. A nosotros. Tal vez desde ahí podamos reformularla, un poco más acá de la vida y del arte. Y antes de recordar quiénes somos mientras escuchamos a la cantante, deberemos ensayarnos en la escucha de su ausencia, comenzar a escuchar tratando de entender algo de ese silencio, el silencio que es huella de la desaparición del arte, de la literatura, o que es indicio que los precede.

El pueblo de Josefina, "nuestro pueblo", no es exactamente un pueblo de ratones, a pesar de la imagen que el título de Kafka proyecta sobre su relato. No encontraremos en él tal pueblo ; sólo, nombrado un instante, un peculiar silencio de ratón. Lo que nos gustaría buscar precisamente es ese silencio de ratón, orientarnos hacia él. ¿ Cómo producirlo con las palabras, mientras se escribe ? ¿ Cómo escucharlo en los textos, mientras se lee ? Desde luego, el ratón es la imagen de la vida, del presente siempre demasiado abundante en inquietudes y peligros que se suceden constantemente, pero también en rostros sonrosados y sonrientes siempre nuevos que reclaman nuestra atención. De ahí que ante esta abundancia ratonil, apenas nos quede tiempo para ocuparnos de otra cosa que de la vida y sus cuidados. Pero tal vez también haya en el ratón un elemento literario, no en su parloteo, sino en su silencio : animal de bibliotecas, donde otra vida crece tal vez al lado de esta, no tan ciega sobre sí misma pero con la existencia nunca asegurada.

Reunirnos de vez en cuando en torno a ese silencio de ratón, débil silencio de la escritura y de la lectura, potente silencio de los que luchan por leer y por escribir, especialmente en los momentos en los que nuestra dispersión extrema conduce casi a que nos ausentemos del mundo, a que en lo actual ya no nos reconozcamos en nada, eso es todo lo que anhelamos en esta revista.

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