sábado, 24 de julio de 2010

Formas en el aire

Hay en el violín -si, no viendo el instrumento, no podemos relacionar lo que oímos con su imagen, que modifica su sonoridad- acentos que son tan comunes a ciertas voces de contralto, que tenemos la ilusión de que una cantante se ha unido al concierto. Elevamos los ojos, no vemos más que los estuches, preciosos como cajas chinas, pero, por momentos, nos engaña todavía la llamada decepcionante de la sirena; a veces también creemos oír un genio cautivo que se debate en el fondo de la docta caja, hechizada y temblorosa, como un diablo en una pila bautismal, a veces en fin, es, en el aire, como un ser sobrenatural y puro que pasa desplegando su mensaje invisible.

Como si los instrumentistas, estuvieran menos tocando la pequeña frase que ejecutando los ritos exigidos por ella para aparecer, y procedieran a los encantamientos necesarios para obtener y prolongar algunos instantes el prodigio de su evocación, Swann, que no podía verla como si hubiera pertenecido a un mundo ultravioleta, y que la degustaba como el refresco de una metamorfosis en la ceguera momentánea que le sacudía al acercarse a ella, Swann la sentía presente, como una diosa protectora y confidente de su amor, que para poder llegar hasta él entre la multitud y llevarle aparte para hablarle, se hubiera revestido del disfraz de esta apariencia sonora. Y mientras que pasaba, ligera, calmante y murmurada como un perfume, diciéndole lo que tenía que decirle y de lo que él escrutaba todas las palabras, lamentando verlas levantar el vuelo tan rápido, hacía involuntariamente con sus labios el movimiento de besar al pasar el cuerpo armonioso y fugitivo.

Marcel Proust

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